Nunca deberíamos dejar de viajar, sea cual sea la situación que nos rodee y es que muchas veces viajar no sólo significa desplazarse a otro lugar diferente al que nosotros habitamos sino también desplazar nuestra mente a paisajes que normalmente no exploramos.
Así la invitación suena más tentadora, porque se puede llegar a conocer sin estar presente, aunque sea simplemente echando a volar la imaginación con la ayuda de unas líneas; imaginación imprescindible para vivir una situación de cuarentena de la forma más exitosa posible. Por ello hacemos la maleta preparados para dar un pequeño salto marítimo - a pesar de que podríamos optar siempre por el tren, el coche o incluso una caminata pues todos los caminos llegan a su capital - hasta aterrizar en la bella Italia, ese país que igual que está tremendamente afectado por el coronavirus, es quizás uno de los que más bagaje cultural posea del mundo, y si no, está en la cima de los que más tienen. Por no mencionar la increíble gastronomía que baña todo su territorio; sin menospreciar los macarrones con chorizo que tan bien preparamos aquí, en Italia la pasta cobra otra dimensión completamente, casi como cuando nos atrevemos a hacer tallarines de calabacín y tratarlos como tal, acompañados de buen jamón y algunos dados de queso feta, claro. No es de extrañar que Italia fuese el país escogido para celebrar la primera edición de JoselitoLab fuera de nuestras fronteras.
Pero además de todo ello, le debemos a Italia no sólo su riqueza cultural y gastronómica sino las recetas para elaborar Coppa, Panceta y Papada que en los secaderos de Joselito siguen a pies juntilla según las pautas de tradición del país de la bota, dando como resultado un embutido sin igual como es ese cabecero del cerdo de sabor profundo y dos salazones 100% naturales cuya característica fundamental es esa grasa traslúcida que se funde simplemente al tocar la lengua dejando un retrogusto aromático y redondo. Las tres perfectas para tomar a modo de trilogía simplemente acompañadas con unos picos pero también para terminar platos en el último momento, aportando el toque de grandeza final.
Imagínense un “Ciao” o un “Salve” al primer encontronazo por la mañana recorriendo La Toscana, con sus casas rurales de piedra, sus suaves colinas de viñedos y girasoles y también esos pueblos medievales que enamoran, como la preciosa Siena, la inolvidable Lucca o el mágico San Gimignano antes de llegar a esa Florencia del David de Miguel Ángel, la cúpula de Santa María del Fiore o un paseo por el Ponte Vecchio hasta llegar a la Galería Uffizi, que ahora puede recorrerse a través de su visita virtual. A su panzanella, una singular ensalada con trozos de pan, bien podríamos añadirle el golpe final del jamón Joselito mientras que los pappardelle en vez de con un ragú da jabalí podrían ser con un ragú de picadillo Joselito, aportando un toque especial a una receta tradicional toscana.
Roma, no es sólo sus maravillas arquitectónicas como el Coliseo o el Partenón sino es también tirar una moneda en la Fontana di Trevi o atreverse con el latín al pasear por el Vaticano, de donde es su lengua oficial. En la ciudad eterna uno se pierde entre sus calles trasladándose a la mejor época del Imperio Romano pero también logra asombrarse entre las muchísimas basílicas e iglesias, casi perdiendo el aire ante tanta belleza como si se hiciera por recorrer las siete colinas que la rodean y protegen. Del Lazio, su comarca, dicen que es la carbonara - que bien se elaboraría en casa tanto con dados de Panceta Joselito dorados y crujientes como con finas láminas de papada Joselito con la que terminar el plato al final - siempre con yema de huevo, queso pecorino y un fuerte golpe de pimienta negra recién molida pero también ese saltimbocca de carne rellena de jamón (que podríamos sustituir por Paleta Joselito) y salvia.
De camino hacia el norte se podría pasar por Bolonia para ver la primera universidad de Europa fundada en 1088 para llegar, casi por barco, a recorrer los románticos canales de una Venecia de puentes, calles de piedra, iglesias y palacios renacentistas. El paseo en góndola podría terminar en Murano o también en alguna de sus trattorie para disfrutar un buen risotto alla trevigiana elaborado con radicchio, una col morada similar a la lombarda a la que le iría de maravilla un poco de salchichón Joselito picado en el sofrito. Muy cerca, no podríamos no acordarnos de la segunda edición de JoselitoLab, un encuentro con el grandísimo Massimiliano Aljamo en Le Calandre, muy cerca de Padua con su espectacular Basílica de San Antonio, para disfrutar de su máximo respeto al producto primando siempre en sus recetas el sabor de su producto principal. De su recetario Joselito, hay muchas ideas con las que ahora podríamos atravernos a preparar en casa. Sugerencias tan cercanas como una pizza de burrata, chorizo Joselito y anchoas rematada con algunos brotes anisados de hinojo, un cremoso risotto de varios pescados y panceta Joselito con el toque final también de las flores de hinojo o el suculento huevo a la carbonara Joselito, cremoso, untuoso y de gran sabor que se mezcla con todos esos recuerdos a la tradicional carbonara.
Milán y su lago de Como, con esas villas en Bellaggio y toda la opulencia de Varenna o también con un plato de ese mar y montaña típico italiano que es el vitello tonnato - que bien podríamos replicar con un “solomillo Joselito Tonnato”, un carpaccio de lomo Joselito terminado con la tradicional salsa tonnata de mahonesa y atún en lata - nos llevarán a lo más cosmopolita de una Italia donde la diferencia entre norte y sur es claramente palpable. Y es que si el destino es Nápoles y la idílica costa Amalfitana no sólo hay que prepararse para probar algunas de las mejores pizzas que comerán nunca, de las que se inspiran en Joselito’s Velázquez para elaborar las suyas (que ahora sirven a domicilio), pero también para recorrer sus frenéticas calles llenas de motos sin orden ni concierto o para asombrarse por la grandiosidad de lo que fue Pompeya a orillas de ese incandescente volcán que fue el Vesubio.
Y no, no podríamos volver a hacer la maleta para el viaje de vuelta sin recorrer las larguísimas playas de arena blanca y aguas cristalinas de Cerdeña, donde como curiosidad se habla tanto una derivación del catalán en el norte como un idioma propio: el sardo. De los yacimientos romanos y fenicios y los magníficos paisajes naturales, nace una mesa en la que no falta la pasta (con sus archiconocidos malloredus o ñoquis sardos), por supuesto, pero tampoco el pescado y el marisco igual que pasa en Sicilia, tierras de pescadores. En esta última, tocar el Etna casi al borde del cráter más activo podría ponerle los pelos de punta a cualquiera, igual que transitar por las abarrotadas y locas calles de Palermo. Sus pueblos mantienen costumbres antiguas y los paisajes áridos conviven con hermosas playas, montañas y acantilados que aparecen mientras se recorre una isla donde enamorarse de Taormina o Siracusa.
¿De comer qué tal unos arancini, esas croquetas de arroz aliñado con azafrán, rellenas de una boloñesa Joselito? ¿O quizás de un tartar de lomo? Aunque quizás podríamos rematar su clásica caponata también con unas lascas de jamón recién loncheado mientras que para el postre optemos por sus famosísimos cannoli rellenos de queso ricotta con algún toque de los fantásticos pistachos de la isla. O quizás un cremoso helado. O una cassata. O un granizado con su mítico brioche a un lado, que siempre podremos rellenar de un poco de coppa Joselito, por eso de hacer, aún más, el homenaje a nuestro país vecino.