Ay el Otoño, qué época tan maravillosa donde las casas se llenan de colores, mantas, chimeneas, películas y… ¡COMIDA! Las ensaladas pasan a mejor vida y, poco a poco, la carne de caza, los estofados y los guisos se van haciendo un hueco en las mejores mesas.
Lo cierto es que, ahora que empieza el fresquito, aunque también es necesario seguir comiendo verduras y hortalizas de temporada, en ensalada o fuera de ella, nos apetecen especialmente platos calientes que nos reconforten y nos permitan entrar en calor; platos de cuchara, chup chup y fuego lento que nos den ese punch de energía.
Bien podría ser un planazo de viernes: ¡sofá, peli, manta y sopa castellana! Bien escoltado, como ha de ser, por el mejor jamón del mundo: El Jamón Joselito, de más de 36 meses de curación en secaderos naturales, nos aporta sabor, aroma, placer y, lo más importante, felicidad.
Antes de pasar a la receta, hay que dejar clara una cosa. ¿Es lo mismo la sopa castellana que la sopa de ajo? Lo cierto es que sí, lo que pasa es lo mismo que ocurre con la mayoría de recetas tradicionales y centenarias: todos los platos populares están sometidos a infinitas variaciones, según la economía de la familia y los gustos del cocinero.
Sobre todo con este plato que, aún siendo originario de Castilla y León, siglos de historia la han hecho típica y tradicional de toda España, siendo un almuerzo muy frecuente en la antigüedad. Se desayunaba con un café bebido al alba y un par de horas después, para mantener las fuerzas, se tomaban las sopas de ajo o castellana, generalmente con uno o dos huevos dentro, que se cocinaban con el calor de la sopa.
En ciertos lugares de España es uno de los platos típicos de la cuaresma, y constituye uno de los olores que rondan por los aires de las diferentes procesiones de Semana Santa.
Ni que decir tiene lo fácil y rápido que resulta hacer esta receta. De hecho, si buscas en el diccionario “receta de aprovechamiento” te saldrá una foto de la sopa castellana (o de los huevos tontos: esa especie de bolas de pan fritas hechas con el pan del día del día anterior, un poco de leche, ajo y huevo), ya que, básicamente, sólo se necesita ese currusco de pan duro que sobró del día anterior, un caldo que sobró de hacer una paella y que se guarda con mucho mimo en el congelador, los dientes de ajo que tienes sueltos y desperdigados por nevera; y, por último, ese sobre de jamón Joselito cortado a cuchillo que siempre tienes a mano para solucionar una comida, cena o picoteo tonto.
Las sopas de ajo son sin duda uno de los mejores platos que puede ofrecernos la gastronomía española en tiempos de hambre y frío (Alexandre Dumas, en uno de sus viajes a España robó la receta e intentó orientarla a la cocina francesa, pero, la verdad sea dicha, le salió el tiro por la culata).
Junto con el jamón Joselito, se trata de una receta que lo tiene todo para triunfar: ingredientes pocos, que nos sobran; rapidez; sabor; y excelencia. No es algo que se pueda decir de todas las recetas, ni de todo el mundo, pero ya lo decía el dramaturgo Ricardo de La Vega en el siglo XIX:
Siete virtudes
tienen las sopas de ajo
quitan el hambre,
y dan sed poca
Hacen dormir
y digerir
Nunca enfadan
y siempre agradan
Y crían la cara
colorada
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