Contribuimos a la lucha contra el cambio climático con la reforestación del campo con encinas y alcornoques.
Vamos con símiles mayúsculos y sorprendentes: ¿Sabía usted que en España hay tantos árboles como habitantes pululan por este maltrecho planeta llamado Tierra? Pues sí, más de 7.000 millones de árboles han echado raíces en nuestro país, ofreciéndonos aire limpio, conservando la biodiversidad de la flora y la fauna, además de proteger y fijar el suelo y equilibrar el sistema hídrico.
De esa masa forestal patria (en el conjunto mundial se cifran en tres billones los árboles), adivinen qué ejemplar es el más extendido. ¡Albricias!, se trata de nuestra querida amiga del género quercus, la maravillosa encina con casi el 20% del total.
Ya hemos hablado de la importancia de esta enseña del bosque mediterráneo y de las amenazas que sobre ella (y sus imprescindibles bellotas) se ciernen. A vista de dron, como si de una imparable alopecia de nuestros campos se tratara, la deforestación va aclarando la masa verde, cuestión agravada por los estragos de la seca y los males invisibles que nos ha traído el cambio climático.
La desertificación parece no detenerse, calcinando cada vez más territorios en dirección norte (lo que los sabios llaman “desplazamientos altitudinales”), según nos han contado en la reciente Cumbre del Clima celebrada en Madrid. Y para que la Puerta de Alcalá o el Retiro no se cubran de arena del Sahara en un futuro no tan lejano, los expertos abogan por reforestar, reforestar y volver a reforestar.
Y en lo de plantar encinas Joselito puede sacar pecho. Por experiencia. Por constancia. Por regularidad anual. Nuestra firma fue la primera empresa agroalimentaria en el mundo en obtener el certificado PEFC (Programa para el Reconocimiento de Certificación Forestal) que en el fondo viene a dar fe del desarrollo sostenible de sus dehesas. De este modo, contribuimos a recuperar el ecosistema del bosque mediterráneo habiendo plantado ya más de 175.000 árboles desde el año 2003 (encinas y alcornoques) en el hogar de los cochinos de tronco ibérico y otras especies.
El propósito a largo plazo es garantizar la permanencia de la dehesa, el hábitat natural donde mora una fauna y una flora indispensables. La gestión forestal de los terrenos, como de otras 2,2 millones de hectáreas en nuestro país, está acreditada por la Asociación para la Certificación Española Forestal de la que depende el citado sello PEFC.
No obstante, la lucha sigue. Y pese a las cifras de arbolado español, que pudieran parecer tranquilizadoras por su magnitud, queda mucho camino. Muy lejos queda aquel dicho en el que una ardilla podía ir saltando de copa en copa, sin tocar el suelo, desde el Peñón de Gibraltar hasta los Pirineos.
Para que esa imagen fuera real tendríamos que tapizar España de nuevo arbolado, siguiendo el ejemplar modelo de Piñel de Abajo, pueblo de Valladolid que lleva más de 20.000 árboles plantados desde 2011, todo un récord. La feliz iniciativa, como la de Joselito, aún no tiene el necesario contagio. Porque si hubiera una completa implementación de medidas de reforestación en todo el país, se calcula que se reducirían las emisiones de CO2 en un 70%, o lo que es lo mismo, suprimiríamos de las calles y carreteras unos 40 millones de coches y sus correspondientes tubos de escape.
La reforestación puede y debe convertirse en una de las "estrategias más efectivas" para combatir el cambio climático y mitigar el aumento de las temperaturas. No lo decimos nosotros, sino un pormenorizado estudio del que se ha hecho eco la prestigiosa revista Science que señala que necesitamos hasta 900 millones de hectáreas de tierras nuevas arboladas para revertir el ponzoñoso proceso.
O sea, como si plantáramos árboles en absolutamente toda la superficie de un país del tamaño de Venezuela. Esta masa forestal recuperada serviría para almacenar hasta 205 gigatoneladas de dióxido de carbono (CO2), el principal gas de asfixiante y culpable de que malvivamos bajo el maldito efecto invernadero.
Más cifras nacionales: hasta tres plagas denominadas climáticas han acabado con el 22% de nuestros bosques en los últimos 20 años, con una merma ostensible en la productividad de los árboles y una defoliación palpable de sus hojas y enramado. Ejemplares más debilitados, más expuestos a sequías, fuegos y plagas casi bíblicas....
Reforestar es amar el campo y apoyar a sus gentes. La sombra que proporcionan los árboles y su fértil suelo, pleno de microbiota, no son eternos. Hay que continuar con el compromiso de reforestar. Porque también hay una España vaciada de árboles, ausente de su sombra benefactora. Solo así nuestra feliz ardilla cruzaría de nuevo la piel de toro sin pisar la grama, recalando primero por una vastísima extensión de dehesa antes de llegar al otro lado de la frontera.