Según define el diccionario de la RAE, el cerdo es un “mamífero artiodáctilo del grupo de los suidos, de cuerpo grueso, cabeza y orejas grandes, hocico estrecho y patas cortas, que se cría especialmente para aprovechar su cuerpo en la alimentación humana”. Nuestro cerdo, al otro lado del océano, atiende por otros nombres. Tan polisémico como nutritivo, en Latinoamérica es comúnmente conocido como cocho, gocho, puerco, cochino, y sobre todo chancho, que pudiera ser una derivación de la voz “sancho”, que a su vez procede de la onomatopeya “sanch” que se profería en las cochiqueras para manejar a los cerdos. Desde las Antillas hasta el Cono Sur se pronuncia a diario su nombre (o sea, desde Cuba, Puerto Rico, República Dominicana pasando por Venezuela, Colombia, Bolivia, Costa Rica, Ecuador, Paraguay, Perú, Nicaragua, El Salvador, Uruguay hasta Chile y Argentina), puesto que el gocho o chancho es uno de los grandes legados que dejó el Descubrimiento colombino. Al cerdo de aquellas latitudes se le denomina de raza criolla americana puesto que sus tataratatarabuelos fueron los cerdos que acarrearon los españoles y portugueses durante la colonización del Nuevo Mundo. El tronco ibérico es sin duda el linaje que más se esconde en la genética del cerdo criollo, y las estirpes con más huellas en el continente son la negra lampiña y la negra entrepelada, y también algunas subespecies asiáticas presentes en Brasil.
Fue en el segundo viaje de Cristóbal Colón, singladuras fechadas en 1493, cuando se embarcaron los primeros ocho cerdos con destino a La Española, isla hoy dividida entre República Dominicana y Haití. Antes de tocar tierra americana la expedición recaló en Canarias para agarrar algún otro ejemplar, si bien este breve piara a bordo la formaban animales peninsulares. Posteriormente, en 1539, arribó a Tampa el fiero conquistador pacense Hernando de Soto. Además de caballos y raleas de perros, se hizo llevar (según las fuentes, difieren las cifras) 13, 30 ó 300 cerdos a bordo de sus naves, quienes propagaron toda suerte de enfermedades en los lugareños de Florida y en su fauna doméstica. Pese a contratiempos tan insalubres parece que a los indígenas les encantó la carne de aquellos verracos. Con frecuencia, las escaramuzas y hostigamientos a las tropa de Soto tenían más que ver con el robo de cerdos que con aspectos beligerantes devenidos de la colonización y evangelización de América. Los cerdos también fueron moneda de cambio en trueques, y sirvieron para apaciguar disputas con aquellos vernáculos. El pacense Soto murió en 1592 en Mississippi a causa de unas fiebres, y le sobrevivieron más de un millar de chanchos que hozaban y holgaban por las tierras del sur de Estados Unidos. Así arrancó la industria de ultramar. Seguidamente, la producción de cerdos se extendió por las colonias. Por consiguiente, los cerdos criollos se han adaptado durante más de cinco centurias a todos y cada uno de los climas del continente desarrollando mecanismos de resistencia a prueba de hecatombes, plagas, invasiones, revoluciones, dictadores y otros políticos olvidables.
Hoy en día, el criollo se ha mezclado con distintas razas utilizadas en los modernos sistemas de producción intensiva, lo que ha desembocado en nuevas líneas. En Colombia encontramos el sampedreño, el zungo y el casco de mula; en México, el pelón; en Argentina, el chancho y el cimarrón; en Uruguay, el mamellado, el pampa rocha y el casco de mula; en Cuba, el criollo y el criollo pinareño; en Brasil el casco de mula, el monteiro, el piau, el canastra, el pirapetinga, el pereira, el canastrao, el nilo, el tatú y el moura: y por último en Venezuela corretea el extrañísimo criollo del estado de Apure cuya morfología, a simple vista, se asemeja a un tapir.
Para los que quieran tener una voz universal para referirse al animal, cerdo en esperanto se pronuncia porkajo.