El cerdo ibérico no está solo. Más bien camina muy bien acompañado. Comparte su hogar, sus andares y andanzas con otras razas autóctonas que otorgan identidad al bosque puramente español. En la dehesa pastan más de ocho millones de ovejas, especialmente de las razas merina, manchega, castellana y talaverana. Y estos ovinos se destinan a la producción de carne, leche y quesos. También pululan entre encinares y alcornocales tres millones de cabras (veratas, retintas, serranas…). Estos ungulados se alimentan de plantas arbustivas, además de la bellota, el pasto y el forraje que aprovechan también el resto de las ganaderías. Como si de un gran safari se tratara, también hallamos razas vacunas (retinta, avileña y morucha, principalmente), así como más de 1.000 ganaderías de toros de lidia, que componen otros de los habituales inquilinos de la dehesa. Muchas de las casi 800 ganaderías de caballos de pura raza española se hallan en estos campos (cartujanos, puros españoles…), y más de la mitad del censo total de equinos. A todo ello se suman otras especies autóctonas en peligro de extinción como el asno andaluz, la vaca blanca cacereña o la gallina azul extremeña. Hasta pavos y piscicultura (tencas).
Para los amantes de la ornitología, se cifran en más de 60 las aves nidificantes que han hecho de la dehesa su lar (cigüeña negra, águila real, alimoches) y más de 20 especies de mamíferos (mustélidos, roedores, cérvidos, lagomorfos como conejos y liebres), así como reptiles y anfibios. Gracias a la acción del hombre, siempre responsable y respetuoso, han regresado a la dehesa el lobo, el jabalí y hasta el oso pardo. Muchas fincas custodian aún una sabia metodología apícola, indispensables colmenas y enjambres para la polinización y para la vida.
Nos hallamos ante un paraíso, un vergel a conservar. ¿Quieren biodiversidad? ¿Estacionalidad? Encontramos superdepredadores y necrófagos, que se alimentan de cadáveres y carroña como el buitre negro. También zancudas como la grulla, que usan la dehesa como refugio invernal. Animales plenamente estivales, que crían en la dehesa para luego abandonarla, como es el caso del aguilucho cenizo. O incluso sedentarios, que permanecen todo el año en la dehesa como el imponente águila imperial.
Por consiguiente, la dehesa pervive en la actualidad como manifiesto testamento del bosque mediterráneo, el cual fue ahormado y quirúrgicamente deforestado para conjugar una actividad multidisciplinar, ya sea cinegética o ganadera, que ha de conjugar en perfecta armonía con el entorno. Es el mejor paisaje intervenido por la mano del hombre. Al menos el 50% de este bosque está tapizado por gramas y hierbas para sustento animal, y el arbolado productor de bellota ha de representar entre el 5 y el 60% del terreno.
En la dehesa hay tres niveles diferenciados. A nivel de suelo, un estrato herbáceo de gramíneas y leguminosas; en un segundo escalón, plantas arbustivas como madroños, romero, brezo, tomillo, lentisco y un sinfín de plantas aromáticas; a nivel arbóreo, la protagonista es la encina, seguida por el alcornoque, el quejigo y, en menor medida, el roble y el castaño. Las nuevas encinas se cubren con rapidez de musgos y líquenes, y sobre ellos, lianas y trepadoras, madreselvas, zarzaparrillas, rosales, vides, hiedras.... En estado natural, los encinares forman las tupidas extensiones de la dehesa junto con las demás especies autóctonas del bosque mediterráneo: acebuches, jaras, cantuesos, aulagas, madroños, brezos, durillos, lentiscos, cornicabras, majuelos, retamas y un largo etcétera. No hace falta viajar al Serengeti para encontrar una diversidad tan apabullante. La tenemos aquí, principalmente en Extremadura, Andalucía, Castilla y León.
Salgan, adéntrense, viajen cuando tengan ocasión a la dehesa y podrán disfrutar de la mayor riqueza faunística y vegetal de toda Europa.